Alguna vez en nuestras vidas llegan situaciones en las que nos hacemos preguntas acerca del ¿por qué ocurren las cosas, repetidamente, de determinada forma? Mostrándonos que constantemente nos vemos envueltos en un patrón o un bucle que nos afecta a nosotros y a quienes nos rodean, esto es algo que, en ocasiones, naturalizamos y dejamos que se convierta en una realidad que gobierna sobre nuestro día a día, sobre nuestra vida y sobre nuestras relaciones, generando que, de esta manera, nunca logremos romper con este ciclo de situaciones incómodas, tóxicas y hasta dañinas.
También pensamos que podemos controlarlo, que podemos manejarlo y hacer que no sea algo que nos domine, mientras nos preguntamos cosas como: ¿Por qué reacciono siempre así?, ¿Por qué siempre reaccionan así conmigo?, ¿Por qué ninguna relación me funciona?, ¿Por qué siempre tengo miedo a fallar?
Preguntas como estas, y muchas más, suelen aparecer cuando llegamos al punto de reflexión acerca de la razón por la que nos ocurren estas situaciones y para entenderlo, realmente debemos ir profundo a nuestro interior, hasta esa parte inconsciente que nuestra mente, probablemente, bloqueó para no tener que recordar una herida emocional generada por los dos pilares más importantes de nuestra vida: Papá y Mamá.
Aunque pensemos o incluso tengamos, aparentemente, una buena relación con papá y mamá, esto no significa que en algún momento de nuestras vidas se haya podido generar una grieta emocional que nos marca, constantemente, una estructura en nuestra manera de percibir a los demás, a nosotros e incluso a las situaciones que están fuera del control de cualquier persona, dando como resultado una reacción impulsiva de nuestra parte.
Y estas grietas pueden haberse generado en cualquier momento de nuestras vidas, sin importar la edad; puede que fuera en la más tierna niñez, en la adolescencia o incluso ya siendo adultos, pero estas huellas se quedan como baches que nos entorpecen el camino.
Es por eso, que la invitación a sanar con nuestros padres no es algo dicho a la ligera o de manera simbólica y, contrario a esto, se trata de un profundo proceso de sanación interior, en donde la meta es lograr darle un lugar a esas memorias, a veces reprimidas, perdonar, entender y aceptar para poder integrar de una manera adecuada estas emociones y recuerdos, dándole a tu ser el espacio para desenvolverse y liberarse de estos pesos mentales que lo agobian y lastiman, generando un peso que es innecesario que llevemos, pero que debemos aprender a aceptar, para lograr una correcta evolución de nosotros como personas en este mundo y alcanzar una plenitud y felicidad completas.
Sanar esto no es un proceso fácil o difícil, ni rápido o lento, se trata de algo único y hasta mágico que nos permite traer a nuestra vida más felicidad, paz y abundancia, porque una vez que sanas las heridas más profundas de tu ser, empiezas a sentir y a atraer nuevas visiones y oportunidades para ti, logrando incluso que tus relaciones mejoren con familiares, amigos, socios y parejas.
En ese proceso no hace falta nada más que la voluntad para sanar y corregir, solo te necesitas a ti para conocer y aprender de ti, sin necesitar la presencia de tus padres, en caso de que no se encuentren, ya que no se trata de hallar culpas en los demás y juzgar como bueno o malo, se trata simplemente de entender y aceptar que todos actuamos desde nuestra capacidad y desde nuestros condicionamientos, y eso nos hace estar seguros de que lo que hacemos es lo correcto, porque es nuestra comprensión y nuestro criterio el que nos da la validación, pero esta misma puede que sea percibida como negativa por los demás.
Al aceptar la realidad subjetiva propia y ajena, encontramos la posibilidad de comprensión que nos da las herramientas para poder dar un punto final al exceso de dolor y frustración que nos acompañan y esto comienza por analizar nuestras bases, desde donde fuimos creados: Mamá y Papá.
Ver Video: Descubre lo que ocurre al sanar con Papá y Mamá
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